"Una mañana el espejo del baño no me devolvió mi propio rostro, sino el de Anselmo Res. Este usurpador, con la arbitrariedad de una máscara perfecta, transmitía a su vez el desconcierto y el pánico que me inspiraba, prestándose dócilmente a mi expresión, aunque sin dejar de adulterarla.
Recuerdo que, tras la conmoción inicial, procuré descifrar la anomalía, buscarle una explicación psicológica. Pero no pude. Un temblor de piernas me obligó a manotear el lavatorio, a bajar la vista y a revisar mi figura. Así comprobé que, salvo la cabeza del otro, más reducida y ajustada a mis proporciones, todo seguía igual. Y ni siquiera mi voz sonó distinta cuando dije: 'Esto es un error', como si desde mi puesto de corrector de pruebas enfrentara un texto empastelado".
M. López de Tejada