jueves, 8 de mayo de 2014

La deconstrucción del Lobo


"—El Lobo, ¿viene?
La niña desconocida irrumpió con esa pregunta en mi vida y en la serenidad de la noche. Yo quise estar a la altura de las circunstancias y respondí con tranquilidad y aplomo:
—No, no viene.
Y en seguida fui más allá de lo que se esperaba de mí:
—No hay lobos— añadí. Eso la hizo desconfiar, porque ella no había hablado de lobos en general, sino de un lobo concreto y específico: el Lobo. Mi respuesta chocaba con sus expectativas, con lo que le habían enseñado y, casi diría, con su experiencia de vida. La pregunta era si el Lobo iba a venir o no iba a venir esa noche; su existencia no era algo que estuviera en cuestión. En seguida me di cuenta de mi error, pero no tuve tiempo de corregirlo.
—¿No existe el Lobo?— preguntó.
Yo no podía permitir que su mundo tambaleara. Alguien de su confianza, tal vez su abuela, le había incorporado la figura necesaria del Lobo, y la niña ya probablemente ponía en tela de juicio la existencia de los Reyes Magos y trasladaba ahora la duda al Lobo y quizás a todas las cosas. Traté de componer, de conciliar, de frenar el caos que comenzaba a desatarse.
—Antes— dije, subrayando la palabra—, antes existía. Ahora no está más. Se murió.
La felicidad de haber encontrado esta elegante solución me duró poco. La niña abrió muy grandes los ojos, gritó algo que no entendí, y se tapó los oídos con las manos y empezó a dar alaridos, y se alejó corriendo.
Mi mujer había contemplado la escena. Me explicó:
—Antes de empezar con los gritos, lo que dijo fue: “¡Viene igual!”.
La niña tenía razón. El Lobo, claro, es un arquetipo, y no puede morir. Si lo matan, viene igual, como en ciertas películas de terror; viene un Lobo mucho más espantoso, más terrible, un Lobo muerto. Un Lobo al que no se puede detener, porque no se puede matar, porque está muerto. Y viene igual".
Mario Levrero